La mujer adúltera
“Nadie, Señor”. “Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar”. Juan 8:11.
Una mujer comete adulterio, un grupo de dirigentes religiosos la atrapa mientras ella peca y ahora la quieren apedrear en la puerta del Templo.
Desnuda, avergonzada, traicionada, intentando cubrir con sus manos la degradación de su vida, es arrojada en el polvo del templo y es acusada delante de Alguien que no habla, pero que ella sabe que tiene poder de vida y muerte sobre su existencia.
Ella sabe que una palabra del silencioso Maestro será suficiente para que el grupo la mate. Hecha un ovillo humano, mezcla de miedo y humillación, espera la primera piedra.
Es posible que tu pecado no sea el adulterio. Pero nuestra situación es muy semejante al de esta anónima mujer: siempre habrá alguien dispuesto a acusarnos. No importa si, para hacerlo, tiene que modificar algunas circunstancias, contar la historia por la mitad o esconder “detalles”. La intención del enemigo no es justicia, es acusación.
Cristo no acepta historias mal contadas ni acusaciones dirigidas. Tampoco excusas. Pecado es pecado, y la paga es la muerte. A menos que el arrepentimiento dé nuevos colores a la escena. Es el caso de la mujer, y Jesús lo sabe. Guarda silencio y se agacha para escribir en el polvo.
Por su conocimiento, poder y autoridad, podría haber mirado a cada uno de los acusadores y decirles, en alta voz, cada uno de los pecados que ellos habían cometido y hecho cometer (en orden y sin errores). Pero, Cristo nunca hace eso; no lo hizo con ellos ni lo hará contigo. Él nos da la enorme chance de escribir nuestros pecados en el polvo de la tierra. Por el contrario, cuando escribe nuestros nombres para vida eterna, lo hace en el Libro de la Vida.
Las piedras finalmente caen, pero sobre el suelo y sin fuerza; ninguna va hacia la mujer. De todos modos, el miedo de la mujer es tan grande que no se anima a sacar su cabeza, que estaba cubierta con sus brazos. Pero el silencio, los pasos alejándose y aquel vacío hacen que la voz de Jesús se escuche fuerte, única y contundente.
Es la voz del perdón que le dice: “Vete, y no peques más”.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor
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