Reflexiones para tí.

Los Amalecitas

Al tercer día David y sus hombres llegaron a Siclag, pero se encontraron con que los amalecitas habían invadido la región del Néguev y con que, luego de atacar e incendiar a Siclag, habían tomado cautivos a las mujeres y a todos los que estaban allí, desde el más grande hasta el más pequeño. Sin embargo, no habían matado a nadie. 1 Samuel 30:1, 2.

Dios no te deja de amar cuando te equivocas. Dios no te ama más o menos dependiendo de tus acciones. La mayor garantía que el Cielo nos podría ofrecer es la tranquilidad de saber que el Señor está al alcance de una oración, siempre dispuesto a darte su perdón. Dios no te deja de amar cuando te equivocas. Dios no te ama más o menos, dependiendo de tus acciones. David acaba de terminar una etapa bastante nefasta en su existencia, bañada en mentiras, engaños y equivocaciones. Acaba de regresar de una batalla en la que casi tuvo que matar a su propio pueblo. Pero cuando se encuentra moralmente derrotado, socialmente abandonado y espiritualmente vencido, invoca el nombre de Dios, él le responde y le da la garantía de la victoria.

David fue al campo de batalla esperando que los filisteos que habían queda­do en sus ciudades defendieran a Siclag y a su familia. No fue así. No podemos confiar las cosas importantes de nuestra vida a los enemigos de Dios.

Otro aspecto que me gustaría resaltar es que Dios nos ama tanto que pro­tege a sus hijos, a pesar de las equivocaciones de sus líderes Cuando David atacaba el territorio amalecita, para que nadie contase la verdad de sus acciones bélicas al rey filisteo mataba a todos: hombres, mujeres y niños.  Los amalecitas no mataron a nadie. Solo la mano protectora de Dios explica la razón por la que un bando sediento de venganza perdona la vida de las mujeres y de los hijos de aquellos de quienes querían vengarse.

No es cuestión de merecimientos, es -simplemente- amor divino en acción. David derrotó una vez más a los amalecitas, porque cuando este llegó ellos estaban dispersos, festejando, creyendo que habían vencido. Confiar en nuestras propias fuerzas y victorias, sin tomar en cuenta la perspectiva de Dios, no; hace presa fácil de los ataques del enemigo.

La victoria final siempre está en las manos del Campeón eterno del universo. Confía en él.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor






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