Ofni y Finees
Elí, que ya era muy anciano, se enteró de todo lo que sus hijos le estaban haciendo al pueblo de Israel, incluso de que se acostaban con las mujeres que servían a la entrada del santuario. 1 Samuel 2:22.
Hay circunstancias a las que uno llega tarde, y todo lo que haga, diga o intente no sirve de nada. A veces llegamos tarde a nuestro propio auxilio. Los hijos del buen Elí llegaron a ese extremo. Ni las palabras, ni las súplicas ni los retos de este complaciente padre podrían cambiar, de alguna manera, la realidad en la que sus hijos se habían acostumbrado a vivir. Para ellos, como para muchos de nosotros, pecar era natural. Eso no significa que nos sintamos mal por eso, nos acostumbramos, nos autoexplicamos las razones por las que “igual que todos, decimos” lo hacemos.
Por increíble que parezca, nos escondemos en la religión para pecar. Nos camuflamos en la historia familiar para desobedecer a Dios. Ellos pecaban en la misma puerta del Santuario. O ellos suponían que por estar cerca del Lugar Santo el pecado no era pecado, así como algunos pensamos que por ser religiosos nuestro pecado no cuenta; o estaban tan endurecidos sus corazones que se animaban a cualquier cosa. Lamentablemente, creo que la segunda opción es la correcta.
Es interesante que normalmente comenzamos pecando solos; casi te diría que escondidos. Pero a medida que nos vamos acostumbrando a pecar, lo hacemos cada vez más descaradamente. Lo que antes era un límite, ya no lo es más. Ofni y Finés sufrieron ese proceso. No consigo imaginar que un día se miraron y dijeron: “Vamos a hacer esta barbaridad aquí, en la puerta del Santuario”. Seguramente ellos, como yo con mis pecados y tú con los tuyos, debieron haber comenzado con pequeños actos equivocados, que sirvieron como base para que ese edificio del mal creciera. Para llegar a los extremos del pecado es necesario dar un primer paso en la dirección equivocada, y continuar.
Elí habló a sus hijos, pero ya era tarde. El Espíritu Santo nos habla, pero actuamos como si no fuese con nosotros. Cuando quien debe escuchar no quiere hacerlo, ya no hay opción; cuando el enfermo no acepta su enfermedad, las chances son mínimas; cuando el pecador no se siente perdido, el Salvador queda “casi” sin opción.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor
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