Sara
También le dijo Dios a Abraham: “A Sarai tu esposa, ya no la llamarás Sarai, sino que su nombre será Sara”. Génesis 17:15.
A pesar de los milagros que Dios realizó en su vida. Sara es uno de esos personajes bíblicos tan parecido a nosotros que hasta nos hace sentir bien.
Ella forma parte de aquel grupo de seres humanos que intentamos hacer las cosas como Dios manda, obedecemos algunas de sus órdenes, somos sumisos en algunas ocasiones, disfrutamos de su poder en algunos momentos; pero que nos reímos (en secreto o no tanto) en ciertas circunstancias, no creemos en sus promesas cuando nos parecen fuera de nuestro alcance, intentamos ayudarlo cuando creemos que su poder es ilimitado para todo, menos para nuestro caso.
Seguramente, como buena esposa, la influencia de Sara sobre Abraham debió de haber sido grande. Por más que ella lo acompañó en su salida de Ur, por más que compartió la mentira en Egipto, también fue ella quien lo convenció para que tomara a Agar como su esposa, a fin de conseguir tener el hijo de la promesa.
Imagino que cuando aquel pequeño milagro en forma de bebé, llamado Isaac, ocupó su antiguo seno estéril, se llenó de fe en el Señor. Una fe muy similar a la que nosotros sentimos cuando el mensaje nos toca en una Semana de Oración, o en una situación especial desde el punto de vista espiritual, que nos produce fuertes emociones.
¿Notas las semejanzas? Momentos de profunda fe. Y momentos de mentira. Una vida espiritual hecha de momentos, de “a veces”. A veces muy bien, a veces no tan bien. Y a veces muy mal. Sí, Sara se parece mucho a nosotros.
Quizá, lo más importante de la caminata espiritual que la vida de Sara nos enseña es que, a pesar de los altibajos, a pesar de la poca estabilidad espiritual, a pesar de todos los pesares, Dios nos mira con aquellos ojos que brillan por la luz de una suave sonrisa dibujada en los labios, y con la misma voz que hace miles de años le anunció a Abraham.
Y hoy nos dice: “Ustedes dejen de ser lo que son porque los voy a transformar en príncipes y en princesas, que serán partícipes de las mayores bendiciones, de los mayores milagros. Príncipes y princesas de un Reino de amor, con alcance eterno y celestial”.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor
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